sábado, 30 de junio de 2007

desayuno ideal

rafael camina seguro y se sabe atractivo. se ha puesto la camisa nueva y la colonia tan varonil de su padre. ha estacionado el carro de su madre dos cuadras más abajo. recién afeitado y con el terno recién alisado, se sabe mejor, se adivina admirado por las señoras recatadas que no pueden evitar que los ojos se les desvíen un poco del cappuchino con crema y el plato de crépes suchard que tienen adelante. sabe que el amarillo le sienta bien. anota para la siguiente salida, usar los gemelos dorados de forma cuadrada, en lugar de estos de irregular diseño. pasa la mano por sus suaves cabellos, pasa la lengua por sus delicados labios. compra un periódico en inglés y se sienta en la terracita. el mozo, algo angustiado por su presencia, se acerca y duda antes de abordarlo. rafael lo mira desdeñoso.

- señor, disculpe, atendemos a los proveedores sólo de 7 a 8 y por la puerta del costado.
- vengo a consumir.

sin más, le quita la mirada. el mozo, más confundido aún por su presencia, no se inmuta y queda parado, totémicamente, a su lado. rafael vuelve la mirada hacia las palmeras, recoge su periódico, se acomoda los raídos puños del saco y la percudida camisa. sube en el bocho. lejos. muy lejos.

lunes, 11 de junio de 2007

anti-postal

2.

Amalia lleva un vestido de flores que compró meses después de que falleciera su esposo. Nunca le dijo qué hacer cuando se quedara sola, por lo cual luego de ese día, Amalia actúa como si él estuviese de viaje. Los hijos, los 2 que llegaron a tener, hace mucho se habían perdido. Nadie sabe por dónde ni por qué, sólo que cuando llegaba alguna noticia de ellos, por lo general no era buena y Amalia prefería recluirse en su casa. Hace pocas semanas, habían vuelto. Ella se había vuelto una puta de chiquero. Él seguía siendo un pájaro carterista. No era esto lo que imaginaba cuando era pequeña y le dijeron que se iban a mudar. Dejó su jardín de geranios y fueron a vivir a esta quinta de puerta angosta, en la que ahora ella vivía casi sola. No pasó mucho antes de que su rutina fuera bruscamente cambiada. En el cuarto contiguo, cuando creía que Amalia dormía, entraban hombres extraños a manosearla, a corrérsela sobre su pecho, a llenarle la boca hasta sentir arcadas. Amalia lo sabía. Tenía 64 años. Había tenido 2 hijos. No había nacido ayer.
Desde que llegaron nunca había podido tomar una siesta completa. Si no era los gemidos y el golpe de las carnes, era la respiración asustada y la puerta azotada. Nunca supo quién perseguía a su hijo. Esa mañana los dos habían salido.

Tomó la media mañana y a la 1 decidió almorzar en el chifa de la esquina. Salió. Miro la fachada de la quinta, que no era más que una pared con una puertecita al lado izquierdo.Volvió entrar. Preparó una solución jabonosa y cogió la esponja verde nueva. No pensó en su vestido. Ni en la chompita blanca que se acaba de poner para salir a comer. Abrió su puerta y empezó a frotar la pared mecánicamente. De arriba a abajo. De izquierda a derecha. En línea recta y en diagonal.

La ví salir con su balde, su vestido floreado, su chompita blanca, su piel carbón, su pelo corto ensortijado.

No volvió a ver a sus hijos. Lo único que quedó de su estadia es la pared aún más descascarada donde antes del balde y la esponja decía: "Aquí viven negros de mierda".

sábado, 2 de junio de 2007

la vida laboral